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Abordaje de los TCA

EN PRINCIPIO:

Cada cual aborda el Trastorno en función de cómo lo concibe y de cómo le afecta. Hay que tener en cuenta que normalmente no somos del todo conscientes de lo que en el fondo creemos y de cómo nos afectan las cosas.

La reacción inmediata de las personas cercanas al paciente es, lógicamente, de querer ayudar, de proporcionar algo que cambie su enfermedad, de ‘quitársela’.

En general, los familiares se toman los síntomas y sus consecuencias inmediatas como si fuera el problema mismo, la ‘enfermedad’, lo malo que les hace sufrir, es decir: la salud dañada y las alteraciones de la vida normal del paciente, sobre todo de la vida familiar.

La conducta de los familiares es, en principio, intentar contrarrestar la enfermedad: si está desnutrido, oponiéndose a la delgadez y empujándole a comer; si come demasiado, reprochándole los excesos y poniéndole límites e impedimentos materiales; etc. Es decir, presionando a la persona afectada en la dirección contraria en la que el trastorno le conduce, aconsejándole, coaccionándole o hasta forzándole.

Esa inducción al paciente hacia las conductas correctas, como dictaría en principio el ‘sentido común’, puede tener un buen efecto en los pacientes muy jóvenes, en los que es más normal dejarse influir y obedecer, como es natural, a sus mayores. Esto siempre depende de cada caso, pero es muy diferente en pacientes más mayores; por poco que se observe el efecto que produce empujarles, se constata claramente que es nulo, cuando no el contrario del buscado. Éste es uno de los aspectos del trastorno que lo hacen más difícil de tratar.

Pero para los propios pacientes la cosa es muy distinta. Ellos ni se dan cuenta del punto al que han llegado, ni lo que están consiguiendo lo entienden como lo interpretan los demás, ni admiten los peligros que conlleva. En general estos pacientes no creen que están tan delgados, o tan gruesos, ni que se exceden tanto en lo que hacen. Para ellos las molestias y los fuertes perjuicios corporales son casi como si no existieran; las niegan o minimizan.

Los pacientes de este trastorno generalmente no lo conciben como una enfermedad, ni como un problema. En realidad lo mantienen, lo necesitan, y muchos no quieren curarse, aunque en algunos momentos sí querrían eliminar algunos de los síntomas o de sus consecuencias. Las conductas negativas o conflictivas son provocadas y buscadas por ellos como algo positivo: no siempre las ven como algo bueno pero sí como un inevitable precio que pagan gustosos por mantener sus síntomas.

Esto es porque esos síntomas les sirven (sepan o no el por qué) para disminuir o desahogar la angustia o la ansiedad que padecen, cosa que muchas veces los demás no comprenden.

Es decir, que los síntomas tienen también una finalidad, una función, que no resulta comprensible con facilidad. Si no se entienden bien estos trastornos suele ser porque no se considera suficientemente esta parte de la motivación de los síntomas.

 

ACERCAMIENTO:

Cuando uno se pregunta si está ante un TCA tendrá que observar las señales, los posibles síntomas. Si no se conoce bien el tema lo primero es informarse mejor, consultando a algún profesional de la salud.

(También Asociaciones como Avalcab pueden informar y ayudar en estos casos. Se puede consultar en otros apartados de esta página web algo de la descripción de los síntomas).

El temor y el rechazo a sacar la conclusión de que sí se trata de un TCA  pueden empujarle a uno a precipitarse y cometer errores de evaluación.

Salvo en los casos de desnutrición importante, casi nunca es necesario actuar con rapidez. Antes bien, hay que actuar con prudencia y algo de tranquilidad, pues se corren más riesgos de complicar la situación por precipitarse.

La reacción más frecuente de los familiares es subrayarle al paciente las consecuencias negativas de su mala alimentación (delgadez, desnutrición, sobrepeso, obsesión con la imagen corporal y distorsión de la misma, deterioro de las relaciones familiares y sociales, etc.), y explicarle, desde el sentido común, sus perjuicios, así como razonarle las soluciones, por otra parte bastante obvias. Como todo ello finalmente no suele hacer efecto, se pasa a la insistencia y a una vigilancia y control más estrechos, con lo que aumenta la tensión y el conflicto familiar, sin mejorar los resultados.

Todo esto se debe a que se está actuando como si el trastorno fuese algo elegido a propósito por el paciente, una decisión o capricho suyos, o fruto de alguna mala influencia (modas, amistades, etc.), cierta debilidad de su personalidad, o por la mera adolescencia. Como todo esto parte de una concepción insuficiente del trastorno, no ayuda mucho a mejorarlo, si no lo enreda más.

Si se intenta controlar mucho su conducta o se le dan recomendaciones con insistencia los resultados serán los contrarios de lo buscado; la relación y la comunicación empezarán a deteriorarse, el paciente se alejará más y la situación se complicará. Es muy importante evitar el insistir y el querer ejercer un control estricto mientras que su estado de salud no sea grave; pero si lo fuera habría que tomar medidas más impositivas y drásticas, o de urgencia, siempre según el criterio del médico.

No obstante, los pacientes, cuanto más jóvenes, más susceptibles de ser positivamente inducidos por los padres a que mejoren su  comportamiento alimentario. En estos casos una cierta presión suele resultar positiva y ayuda a evitar las malas secuelas.

Más importante que cortar rápidamente las conductas alimentarias negativas es establecer la mayor comunicación y confianza posible con el paciente. Ellos fácilmente ocultan o mienten para poder mantener los síntomas. Así, aunque el paciente persista en ocultamientos o engaños, si se mantiene la comunicación y la confianza será posible ayudarle en los aspectos más importantes de su problema.

Hay que consultar lo antes posible a los profesionales de la salud (médico de familia, pediatra, ginecólogo, etc.) que seguramente remitirán al psiquiatra y al psicólogo especialistas en estos trastornos. Éstos diagnosticarán con fiabilidad si hay trastorno, su nivel de gravedad, etc., y trazarán un plan de actuación que es el que hay que seguir.

El plan que establezcan los profesionales para la curación sin duda conlleva tiempo y fases; siempre es más complejo y largo de lo que los familiares normalmente se imaginan.

Durante ese tiempo los familiares pueden colaborar mucho en la buena marcha del proceso, o pueden ralentizarlo o incluso entorpecerlo. Por ello es muy importante que sean bien informados y aleccionados sobre el TCA y sobre cómo convivir con éste mientras transcurre el proceso de mejoría.

Deberían empezar abandonando el concepto espontáneo que se tiene del trastorno y aprender a entenderlo más en profundidad. Esto significa que hay que tomarlo como un problema psicológico de base, que se ubica en la personalidad del paciente y en la dinámica familiar actuales, y que es favorecido por algunos aspectos de nuestra sociedad.

Toda estrategia ha de encaminarse finalmente a entrar en los procesos terapéuticos con los profesionales de la salud. Para ello es necesario no apresurar ni forzar avances, que serían sólo aparentes o eventuales, sino cuidar siempre de mantener buena comunicación con el paciente para lograr que colabore sinceramente con los procedimientos terapéuticos.

Además del control médico que el caso requiera, es esencial entrar en un proceso de psicoterapia individual para el paciente e incluir también las sesiones de psicoterapia familiar (o de pareja) que el profesional considere oportunas, de modo sostenido, el tiempo que sea necesario, y muchas veces apoyados por la medicación psiquiátrica. Todas las actividades de apoyo terapéutico y de información son también positivas para reforzar y acelerar el proceso de mejoría del trastorno y aliviar la tensiones familiares.

Las personas cercanas se han de hacer el ánimo de convivir y contemporizar con muchos de los síntomas del paciente por un tiempo: el que él, o ella, necesitará para cumplir ese proceso de curación, que casi siempre es más largo que el que se tiene en expectativa.